miércoles, 23 de julio de 2008

Alexander S. Pushkin, Eugenio Oneguin


Inmóvil, yace en el suelo,
y en su semblante se refleja
una extraña languidez.
El plomo le cruzó el pecho;
la sangre mana, humeante,
de la herida. El amor,
la inspiración y la esperanza
latían hace un instante
en este corazón que ahora
oscuro está y silencioso
cual una casa abandonada
con sus ventanas tabicadas
y los cristales que con creta
están embadurnados. ¿ Dónde
el dueño está? Dios lo sabe.

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