jueves, 21 de agosto de 2008

Relato de una noche

Relato esta historia desde la reclusión del manicomio, al que hace poco tiempo que llegué, no obstante mis horas de aislamiento resultan harto productivas y beneficiosas, por lo menos para mí, puesto que me paso las horas sentado frente a una ventana donde veo el discurrir de todo tipo de gentes, hecho del que mi intelecto pareció deducir que había más locos en la calle que en el sanatorio donde me hallo confinado, el cual es evidente y realmente el último reducto de la población cuerda de este planeta. Pero todo esto es secundario, pues mi cometido no es otro que el de narrar la hazaña con la que me gané el laurel y por ende la deferencia de ser huésped de esta agradable morada, donde te tratan como un rey, incluso hay quien tiene ayudante de cámara, pero seguramente se trate tan sólo de los peces gordos como dicen por ahí…
Mi relato empieza en una calurosa noche de agosto, al filo de la medianoche para ser más exactos; algo me sobresaltó, me asusté, cual fue mi sorpresa al comprender que el motivo de mi miedo no era causado por otra cosa que el acuciante hambre que se había instalado en mi vientre. Me levanté presto para callar aquel grito intestinal que rompía la silenciosa noche y con ella mis gratos y perpetuos momentos de ociosidad, cuanta fue mi sorpresa cuando al abrir la puerta de la despensa y luego alumbrarla observé el rápido deslizarse de una inmensa sombra, dicha sombra se hallaba postrada contra el suelo, analizándome como un cazador en espera a que su presa baje la guardia para así saltar sobre ésta y devorarla. El animal se mantuvo impertérrito ante mi aparición, al contrario que yo, pues mi sorpresa quedó traducida en un pavoroso salto, el cual de no haber existido techo hubiérame permitido afianzarme en alguna nube y eludir aquel entuerto. Tras bajar de las alturas de mi salto, cerré de inmediato la puerta y me lancé a toda prisa hacia la biblioteca, donde hojeé algún que otro volumen sobre aberraciones de la naturaleza; sin duda y pese al amor que le profeso a mis libros, aquél estaba equivocado, pues decía que el monstruo que acababa de ver, no era otra cosa que una mera, vulgar y anodina cucaracha… ¿Pero cómo creer semejante sarta de estupideces? No amigos, mi ingenio es ineludible y más en casos extremos como los que acontecieron aquella noche, pues el monstruo que yo había visto era sin lugar a dudas el famoso Kraken, que surgido de los abismos del océano había venido a enfrentarse a mí, ahora que lo pienso, algo de magia debía haber en todo el asunto, pues aunque no me guste reconocerlo debo admitir que el Kraken había adoptado la forma de cucaracha para aparecerse ante mí. Sabedor de contra quien me enfrentaba fui a la armería, donde únicamente hallé un bastón de viaje, por lo visto la hechicería del monstruo también había llegado a aquel recodo inhóspito de la casa, pues me habían sido arrebatadas todas mis demás armas. Ya armado y acorazado con mi valor me dirigí a la despensa, y observé que el bicho no se había movido ni un ápice, un animal listo sin duda, y a fe mía que es valiente, pues por eso me espera aquí, estas fueron mis primeras reflexiones, a las que sin más tardanza siguió un tremendo bastonazo contra el suelo de tal magnitud que los cimientos de la casa temblaron, mas la presunta cucaracha en un alarde de fanfarronería, sólo se había limitado a desplazarse lateralmente para luego seguir mirándome con esos ojos infectos. Mi segundo golpe fue directamente contra el caparazón del animal, no obstante y sin entenderlo erré, al instante comprendí que aquel engendro se había movido a tal velocidad que en realidad parecía no haberse movido. Todo quedó sumido en un tenso silencio, roto de repente por el movimiento del bicho en dirección a mí, que haciendo acopio de todo mi valor parecí valor hasta fuera de la despensa y cerrar la puerta, todo en ello en una sola acción por imposible que pueda parecer. Acerté al pensar que había sobre valorado al Kraken, ya que era más estúpido de lo que aparentaba a primera vista, así que decidí ir en busca de aquel infausto libro que me había sumido en tal confusión y aporreé con él al bicho hasta que quedó pulverizado. A partir de aquel día, era tal mi miedo a entrar en la despensa que no lo volví hacer, de ahí que un buen día decidiera salir a la calle, pero cuando eso hube hecho pareció que el fin del mundo o el inicio de la hegemonía de las cucarachas se había hecho realidad, pues me vi abordado por decenas de estos seres; al instante blandí mi bastón y propiné salvajes y diestros golpes ante los cuales brotaban voces pidiendo clemencia y compasión, alegando tonterías del tipo que no eran más que inocentes e inofensivos ancianos, niños o sabe Dios qué más… No lograron engañarme, y por eso ahora soy huésped de esta morada, donde tan sólo llegan los verdaderos héroes.
Mi próxima hazaña no es otra que la de lograr los méritos necesarios para conseguir un ayudante de cámara, y hasta aquí mi relato…

lunes, 11 de agosto de 2008

El sueño


Era Geiz un tipo a ojos de todo el mundo extravagante, cómo sino podía explicarse que alguien que trabajaba por y para el estado viviera en la más absoluta indigencia. No sin motivo de causa, circulaba el rumor de que la avaricia se había hecho dueña del alma de dicho tipejo, afanando poseer la mayor fortuna monetaria que en la historia de la humanidad se halla visto, tal era la locura o su razón de ser.
De difícil trato e imposible contemplación, ahora sabremos por qué, nuestro héroe economizaba al máximo su salario, así es que en el improbable caso de vérsele en el mundo exterior, entiéndase con ello cualquier lugar más allá de su zulo, lo hacía preferiblemente de noche y si no había más remedio que hacerlo durante el día, se resguardaba en las escasas sombras que ofrecía el empedrado adyacente a su hogar, como vampiro que huye de la luz, diríase que era un murciélago, más ello lo hacía con el fin - no menos que racional - de evitar la luz diurna, puesto que ésta desgastaba sus harapos ya de por si miserables. En el caso improbable de ser visto, el presunto observador lo vería dando pequeños saltitos sobre los adoquines cual trapecista en la cuerda floja, hay quien pensará ante tal actitud que ya no sólo la avaricia se había instalado en su ser sino también la locura, pero nunca más allá de la realidad puesto que tal actitud es perfectamente comprensible y loable, pues con esos saltitos no hacía otra cosa que evitar al máximo el desgaste de las suelas con el empedrado, con lo que obtenía una buena economización de sus zapatos, los cuales parecían tener por huéspedes indefinidos a los pies del dudoso héroe. Y qué decir de su casa, ni el lujo ni el acomodo tenían cabida en ella, ¿pues cómo iban a tenerlo si a duras penas cabía por entero Geiz en ella? Ni erguirse podía, con lo que se pasaba todo el día tumbado en el suelo, envuelto en mantas que servíanle a su vez de ropa, todo ello con el invariable fin de economizar su fortuna.
Tan avaro era nuestro amigo, que con el paso de los años, y aunque parezca imposible, logró retener todo el flujo monetario del estado, arruinándolo de paso y erigiéndose por ende el máximo mandatario del mismo…
Algo golpeó de repente el rostro de Geiz, que despertó de su feliz sueño para darse cuenta que le estaban tirando la basura en su misma cara nunca mejor dicho, pues con la borrachera de anoche habíase quedado dormido bajo un puente, la respuesta que nuestro héroe dio a semejante ultraje no fue otra que hacerse a un lado, mullir la basura y volver a cerrar los ojos para retomar el sueño donde lo había dejado.

sábado, 9 de agosto de 2008

Lord Byron a su perro


Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos.

miércoles, 23 de julio de 2008

Alexander S. Pushkin, Eugenio Oneguin


Inmóvil, yace en el suelo,
y en su semblante se refleja
una extraña languidez.
El plomo le cruzó el pecho;
la sangre mana, humeante,
de la herida. El amor,
la inspiración y la esperanza
latían hace un instante
en este corazón que ahora
oscuro está y silencioso
cual una casa abandonada
con sus ventanas tabicadas
y los cristales que con creta
están embadurnados. ¿ Dónde
el dueño está? Dios lo sabe.